Reflexión 9: Las tres horas de la expiación
Jesús clamó a gran voz diciendo:
Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has
desamparado? Mateo 27:46.
Las
tres horas de la expiación
El versículo del encabezamiento evoca una escena de una solemnidad
incomparable. Está limitada en el tiempo: tres horas, punto central de la
eternidad. Allí ocurrió algo que nunca se había visto: el justo, el único justo
fue abandonado por Dios. Conocemos la razón de ello, pero no podemos medir la
intensidad del dolor manifestado allí. Dios entregó a su Hijo amado, y éste se
dio a sí mismo para la salvación de los hombres. La razón de ello es muy
sencilla: para salvar a los hombres pecadores e introducirlos algún día en el cielo
era necesario expiar sus pecados. Para ello Dios exigía un sacrificio
expiatorio según su justicia y su santidad. Sólo Cristo en su perfección podía
satisfacer todas las exigencias divinas tomando nuestros pecados sobre él. Por
eso Dios lo envió y Cristo aceptó ese sacrificio de sí mismo para glorificar a
su Dios y a la vez salvar a los pecadores.
Durante esas tres horas de desamparo en las que colgado en la cruz
Jesús glorificaba a su Dios de la manera más excelente, el sol se escondió y
hundió a la tierra en las tinieblas. Tal solemnidad debía escapar a las miradas
de los hombres.
Éste fue el precio pagado por nuestra salvación. ¿Podemos agregar
alguna cosa al inigualable sacrifico de Cristo? ¿No es éste lo bastante grande
como para movilizar nuestros afectos hacia él? ¡Lo único que podemos hacer es
adorarle desde lo más profundo de nuestro corazón!
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Fuentes Bibliográficas.
“La
Buena Semilla”, meditaciones cotidianas de la Biblia para el año 2010. © Ediciones Bíblicas “La Buena Semilla” 1166
Perroy (Suiza).
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