El asiento de toda pasión
Un recorrido a un concepto clave de las investigaciones de Daniel Goleman acerca de la Inteligencia Emocional. No podemos vivir separados de las emociones, pero si podemos llegar a controlarlas.
En los seres humanos, la amígdala (que deriva de la palabra griega que significa “almendra”) es un racimo en forma de almendra de estructuras interconectadas que se asientan sobre el tronco cerebral, cerca de la base del anillo límbico. Existen dos amígdalas, una a cada costado del cerebro, apoyada hacia el costado de la cabeza. La amígdala del ser humano es relativamente grande, comparada con la de cualquiera de nuestros primos más cercanos en la escala evolutiva, los primates.
El hipocampo y la amígdala eran dos partes clave del primitivo “cerebro nasal” que, en la evolución, dio origen a la corteza y luego a la neocorteza. En nuestros días, estas estructuras límbicas se ocupan de la mayor parte del aprendizaje y el recuerdo del cerebro; la amígdala es la especialista en asuntos emocionales. Si la amígdala queda separada del resto del cerebro, el resutlado es una notable incapacidad para apreciar el significado emocional de los acontecimientos; a veces se llama a esta condición “ceguera afectiva”.
Al carecer de peso emocional, los encuentros pierden su fuerza. Un joven al que se le había extirpado quirúrgicamente la amígdala en con el fin de controlar los ataques graves que padecía, perdió todo interés en la gente y prefería quedarse sentado a solas, sin mantener contacto con otras personas. Aunque era perfectamente capaz de mantener una conversación, ya no reconocía a sus amigos íntimos, a sus parientes, ni siquiera a su madre, y permanecía impasible al ver la expresión angustiada de los demás ante su indiferencia. Junto con la amígdala parecía haber perdido toda capacidad de reconocer los sentimientos, así como todo sentimiento por los sentimientos. La amígdala actúa como depósito de la memoria emocional, y así tiene importancia por sí misma; la vida sin amígdala es una vida despojada de significados personales.
Además del afecto, hay otros factores relacionados con la amígdala; de ella dependen las pasiones. Los animales a los que les ha sido extirpada o cortada la amígdala carecen de miedo y furia, pierden la urgencia por competir o cooperar y ya no tienen noción del lugar que ocupan en el orden social de su especia; la emoción esta embotada o ausente. Las lágrimas, una señal emocional singular de los seres humanos, son desencadenadas por la amígdala y por una estructura cercana, la circunvolución cingulada; un abrazo, unas caricias o cualquier otro tipo de consuelo alivia estas mismas regiones cerebrales, interrumpiendo los sollozos. Sin amígdala no hay lágrimas de pesar que deban ser aliviadas.
Joseph LeDoux, un neurólogo del Centro para la Ciencia Neurológica dela Universidad de Nueva York, fue el primero en descubrir el papel clave que juega la amígdala en el cerebro emocional. LeDoux forma parte de una nueva generación de neurólogos que se inspiran en tecnologías y métodos innovadores que proporcionan un nivel anteriormente desconocido de precisión para trazar el mapa del cerebro en funcionamiento, y así poder poner al descubierto misterios de la mente que anteriores generaciones de científicos han considerado impenetrables. Sus descubrimientos sobre el circuito del cerebro emocional echan por tierra una antigua nocióin con respecto al sistema límbico, colocando la amígdala en el centro de la acción y adjudicando papeles muy distintos a otras estructuras límbicas.
La investigación de LeDoux explica cómo la amígdala puede ejercer el control sobre lo que hacemos incluso mientras el cerebro pensante, la neocorteza, está intentando tomar una decisión. Como veremos, el funcionamiento de la amígdala y su interjuego con la neocorteza están en el núcleo de la inteligencia emocional.
Publicaciones interdiarias, 07:00 a.m. (Zona horaria UTC or GMT -05:00)
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Al carecer de peso emocional, los encuentros pierden su fuerza. Un joven al que se le había extirpado quirúrgicamente la amígdala en con el fin de controlar los ataques graves que padecía, perdió todo interés en la gente y prefería quedarse sentado a solas, sin mantener contacto con otras personas. Aunque era perfectamente capaz de mantener una conversación, ya no reconocía a sus amigos íntimos, a sus parientes, ni siquiera a su madre, y permanecía impasible al ver la expresión angustiada de los demás ante su indiferencia. Junto con la amígdala parecía haber perdido toda capacidad de reconocer los sentimientos, así como todo sentimiento por los sentimientos. La amígdala actúa como depósito de la memoria emocional, y así tiene importancia por sí misma; la vida sin amígdala es una vida despojada de significados personales.
Además del afecto, hay otros factores relacionados con la amígdala; de ella dependen las pasiones. Los animales a los que les ha sido extirpada o cortada la amígdala carecen de miedo y furia, pierden la urgencia por competir o cooperar y ya no tienen noción del lugar que ocupan en el orden social de su especia; la emoción esta embotada o ausente. Las lágrimas, una señal emocional singular de los seres humanos, son desencadenadas por la amígdala y por una estructura cercana, la circunvolución cingulada; un abrazo, unas caricias o cualquier otro tipo de consuelo alivia estas mismas regiones cerebrales, interrumpiendo los sollozos. Sin amígdala no hay lágrimas de pesar que deban ser aliviadas.
Joseph LeDoux, un neurólogo del Centro para la Ciencia Neurológica dela Universidad de Nueva York, fue el primero en descubrir el papel clave que juega la amígdala en el cerebro emocional. LeDoux forma parte de una nueva generación de neurólogos que se inspiran en tecnologías y métodos innovadores que proporcionan un nivel anteriormente desconocido de precisión para trazar el mapa del cerebro en funcionamiento, y así poder poner al descubierto misterios de la mente que anteriores generaciones de científicos han considerado impenetrables. Sus descubrimientos sobre el circuito del cerebro emocional echan por tierra una antigua nocióin con respecto al sistema límbico, colocando la amígdala en el centro de la acción y adjudicando papeles muy distintos a otras estructuras límbicas.
La investigación de LeDoux explica cómo la amígdala puede ejercer el control sobre lo que hacemos incluso mientras el cerebro pensante, la neocorteza, está intentando tomar una decisión. Como veremos, el funcionamiento de la amígdala y su interjuego con la neocorteza están en el núcleo de la inteligencia emocional.
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